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EL ANTIGUO ESPÍRITU ZAPOTECA

Como todas las grandes culturas de Mesoamérica, los zapotecas creían que el universo se dividía en cuatro grandes cuarteles, cada cual asociado a un color (rojo, negro, amarillo o blanco). A su vez, el centro del mundo se asociaba al azul verdoso, que los zapotecas consideraban un solo color. La trayectoria solar de este a oeste era el eje principal a lo largo del cuál se dividía su mundo.

La religión zapoteca era animista. Los zapotecas reconocían a un ser supremo sin principio ni fin, «que lo creaba todo pero que no era creado a su vez», un ser tan infinito e incorpóreo que no se habían hecho imágenes suyas ni ningún mortal había entrado en contacto con él. Entre las fuerzas y los seres con los cuáles los zapotecas Sí entraban en contacto se incluían algunos que consideraríamos «naturales» y otros que calificaríamos de «sobrenaturales». Para los zapotecas, todos eran igualmente «reales».

La más poderosa y sagrada de aquellas fuerzas era el Cocijo o Rayo, entre cuyos compañeros se encontraban las Nubes (zaa), la Lluvia (niça quiye), el Viento (pée) y el Granizo (quiezabi). El Rayo era la faz espectacular e iracunda del Cielo, una de las grandes divisiones del cosmos zapoteca. La otra división era la Tierra, cuya faz espectacular e iracunda era xoo, el Terremoto. A veces, los dos conceptos se unían, como en la expresión zapoteca para trueno: xoo cocijo, «Terremoto del Rayo».

En la cosmología zapoteca, todo lo que tenía vida merecía respeto. Los seres vivos se distinguían de la materia inanimada por poseer una fuerza vital llamada pée, «viento», «aliento» o «espíritu». El pée hacía que las cosas se movieran, y el movimiento demostraba que estaban vivas: un rayo, las nubes al pasar por el cielo, la tierra sacudiéndose a nuestros pies durante un terremoto, el latido del corazón, el viento en el cabello e incluso la espuma en un vaso de pulque o una taza de chocolate.

Las cosas inanimadas podían manipularse con tecnología, pero a los objetos con pée había que acercarse mediante el rito y la reciprocidad. El cazador zapoteca se disculpaba ante el venado por la necesidad de matarlo y luego ofrecía el corazón del animal a las grandes fuerzas naturales a las que éste pertenecía. El mayor sacrificio que podía ofrecerse al Rayo era algo vivo, como un corazón que aún latía, y por tanto imbuido de pée.

El zapoteca tenía dos palabras para sangre, rini y tini. Rini era la sangre seca; tini la sangre que fluía, aún en movimiento, aún viva, como la extraída del propio cuerpo con un cuchillo de obsidiana, un pincho de agave o una espina de pastinaca.
Incluso el tiempo tenía vida. Como otros indios de México, el zapoteca creía que el tiempo era cíclico en vez de lineal y que determinados días se repetían una y otra vez. Para llevar la cuenta del ciclo tenía dos calendarios: uno solar y otro ritual. El año solar tenía 18 «meses», de 20 días, más otros cinco para obtener 365. El calendario ritual o PIYE estaba compuesto de 20 jeroglifos o «signos de día», que se combinaban con 13 números para producir un ciclo de 260 días. Como su nombre lo indica, el calendario ritual tenía pée; el tiempo sagrado se movía y tenía vida. La división cuatripartita del universo se reiteraba por el hecho de que cada cuarta parte del piye se llamaba cocijo o «rayo», y a cada uno de los cuatro cuarteles del mundo se le asignaba u «rayo» específico.

Todos los zapotecas debían llamarse por el día del calendario de 260 días en que nacían. No obstante, algunos días se consideraban más favorables que otros; por tanto, muchas personas (especialmente nobles) se llamaban según los días propicios que caían cerca del verdadero día de su nacimiento. Nombres como «8 Venado» o «5 Flor» eran típicos de los nobles, muchos de los cuales también tenían sobrenombres como «Rayo Creador» o «Gran Águila».

Uno de los aspectos de la religión zapoteca que fue malinterpretado por los españoles del siglo XVI fue la veneración de los antepasados reales. Cuando los señores o los cónyuges reales morían, a menudo se les veneraba como seres que podían interceder en favor de su pueblo ante las grandes fuerzas sobrenaturales como el Rayo. A decir verdad, se creía que los gobernantes extintos se transformaban en nubes, e incluso en la actualidad algunos hablantes de zapoteco se refieren a sus antepasados como binigulaza, o «pueblo viejo de las nubes».

En las comunidades del siglo XVI, los españoles registraron decenas de supuestos «dioses», pero cuando traducimos los nombres reales de aquellos «dioses», resulta que en su mayor parte fueron antepasados reales venerados. Muchos tienen nombres tomados del calendario de 260 días, y aún algunos incluyen títulos reales como coquí o xonaxi. Si se agrega el hecho de que casi no hay sobreposición de nombres de una a otra comunidad, parecería que cada población venerara a sus propios gobernantes difuntos y no a un panteón de «dioses» zapotecas. En realidad, los españoles habrían estado más cerca de la realidad si hubieran calificado a aquellos heroicos antepasados de «santos» y no de «dioses»

Un documento colonial de Ocelotepec, población zapoteca de las montañas del sur del valle de Oaxaca, habla de un famoso coquí llamado Petela, o «4 perro», quien murió poco antes de la conquista española. Tras su muere, los nobles zapotecas «lo recordaron como a una divinidad [ … ] y le ofrecieron sacrificios como a un dios». El administrador español Bartolomé de Piza buscó los restos mortales de señor Petela, que encontró «sepultados y embalsamados» y que luego incineró para combatir la que él consideró una práctica pagana. Cuando una peste asoló Ocelotepec seis meses después, matando a más de 1200 personas, los nobles zapotecas «regresaron a ofrecer sacrificios a Petela sobre las cenizas de los huesos incinerados por Piza, pues él [Petela] era el intercesor ante (la deidad) que invocaban para que alejara la peste».

Los zapotecas dividían a los animales (maní) en varias categorías generales, entre ellas las de los que caminaban en cuatro patas, volaban o nadaban. Muchos nombres de los animales empezaban con las sílabas pe o pi (pichina, venado; pella, pez), que tal vez era u prefijo para designar animales, pero también reflejo del hecho de que los animales tuvieran pèe. Los animales salvajes eran maní quijxi, «animales de la soledad». (El adjetivo quijxi pedía significar «salvaje», «no comido» o «perteneciente a la soledad», usándose también para referirse a las plantas). Los zapotecas tenían una sola palabra, yàga, que pedía significar «planta», «árbol» o «bosque». Para especificar una planta particular se podían agregar adjetivos, por ejemplo yàga queti, «árbol de pino»,o yàga pichij, «cacto órgano». Se hacía importante distinción entre las planta s que el hombre podía cosechar y comer y las que simplemente formaban parte de la vegetación silvestre del lugar.

Los zapotecas también tenían su propio sistema de pesas y medidas, vestigios de los cuales se pueden vislumbrar en los mercados de los pueblos zapotecas monolingües. Una de las unidades que se pueden detectar arqueológicamente es el yaguén. Ésta era la longitud del brazo de una persona, entre el codo y la muñeca: alrededor de 26-27cm. en un varón zapoteca promedio. Varios monumentos pètreos de Monte Albán fueron cortados en múltiplos de yaguén.

Marcus, J. y Flannery K.; (2001); La Civilización zapoteca; México, D. F.; FCE. Los zapotecas y el valle de Oaxaca; Pp. 23-26

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